viernes, 6 de junio de 2014

La infancia en nuestro corazón



¿Qué recordamos de nuestra infancia? ¿Qué niño o niña fuimos? ¿A qué te gustaba jugar? ¿Qué cosas te enfadaban? y ¿cuáles te hacían reír?

Nos convertimos en adultos y olvidamos al niño que llevamos dentro, como si de alguna manera la persona adulta que somos se hubiese convertido en eso y estuviera separada de todo lo anterior ; de repente nos hacemos adultos y dejamos de ser niños.
Cuando hablo de niño interior me refiero a esa parte nuestra relacionada con las emociones y las necesidades. La parte que busca el placer, el gozo, el disfrute, el juego, la espontaneidad, la acción, etc. Esa parte más corporal, menos racional.
Para ser adultos sanos necesitamos integrar esa parte de niño. Y para conectar con nuestros hijos, también necesitamos estar en contacto con nuestra parte infantil.
El mundo de los niños tiene unas particularidades muy diferentes a las del mundo adulto. Para acceder a él hay que tener cierta sensibilidad y empatía. Además de un espacio para dejar que el niño, nuestro niño interior, se exprese. Sería como un baile: Tenemos que ser adultos para dar seguridad, sostén y confianza a nuestros hijos y a la vez ser niños abiertos a nuestra propia necesidad y a la necesidad de nuestros hijos. Abiertos al juego, a la espontaneidad, al disfrute, al momento presente. Ser maestros y alumnos de nuestros pequeños. Sin que haya una separación entre nuestro yo adulto y nuestro yo niño. Podemos conseguir que estas partes estén en relación, se conozcan, se respeten. Una buena comunicación entre nuestras partes favorece una buena comunicación con nuestros hijos. La armonía entre nuestras partes habla de una armonía psíquica necesaria para estar en el mundo.
¿Cómo conectar con el niño que llevamos dentro? Primero hay que tener en cuenta que está ahí, que lo que actualmente somos es resultado de toda nuestra trayectoria, con todos los condicionantes y experiencias vividas. Cuando reconocemos su presencia, nos toca escucharle, atender sus necesidades, qué cosas le faltaron, qué podemos hacer ahora para cubrir esas necesidades. Siento que en la medida en que podamos cubrir nuestras propias carencias, cuánto más capaces seamos de cuidar de nosotros mismos, más capacidad tendremos de cuidar y sostener a nuestros hijos.

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